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De visita en Puerto Claro


Comenzamos a ascender el cerro lentamente, como descubriéndolo, como por primera vez. Subimos por Pedro Montt. Caminamos entre turistas y porteños, mirando cada casa, cada escalera, cada nuevo restaurante y recordando al que alguna vez, no hace mucho, lucía orgulloso el sueño gastronómico en el Cerro Alegre. Pasamos por los 14 asientos, Templeman, Papudo, bajamos por la escalera y nos perdimos en las nuevas galerías del paseo Gálvez. Volvimos a subir por Fisher, tomamos Pilcomayo, nuevamente Templeman y buscamos el Paseo Atkinson. A lo lejos, música que se mezcla con los sonidos del puerto. Nos detuvimos en el Brighton y contemplamos la ciudad, las avenidas, y recordamos con nostalgia el Café Riquet, hoy una farmacia; la librería Ivens, hoy una sanguchería. Valparaíso es dinámico, sus calles, su gente, es una ciudad en constante cambio, pero cuesta entender la pérdida de espacios típicos y patrimoniales, lugares que han dado forma, identidad y sentido al Puerto. Cuesta comprender que se dejen, que se entreguen a la suerte del mercado. Nos dirigimos a nuestro destino. Avanzamos por Beethoven, doblamos por Papudo y justo en la esquina de Concepción, encontramos el Restaurant Puerto Claro, nuestro destino ese día.

La casona en la que hoy está instalado el restaurant, fue por mucho tiempo, un lugar abandonado al tiempo y al olvido, algo recurrente en Valparaíso, por lo mismo, apreciar la restauración y recuperación que se ha hecho, no solo se agradece, sino que se celebra, ya que se convierte en un aporte, en diseño y arquitectura. Después de conocer el lugar y sus distintos espacios, elegimos una de las mesas de la terraza, el calor del día nos acompañaba. Quisimos que Pablo Schwarzkopf, su administrador, nos sugiriera. La elección fue un menú de degustación, junto a un maridaje de vinos también seleccionados por él, que resultó, finalmente, una excelente muestra de la propuesta culinaria del restaurant. Y así comenzó el viaje por los sabores de Puerto Claro.

Iniciamos con un espumante, método tradicional, fresco y cítrico. Luego, el primer plato, chocha en leche de tigre, presentado en una piedra como cuenco, emplatado que aporta el detalle visual, y maridado con un Sauvignon Blanc 2016 del valle de Casablanca, de la viña Kingston, excelente representante de las tipicidades que entrega el valle a los vinos blancos, herbáceo, fresco y con una perfecta acidez. El molusco estaba tierno y la leche de tigre le dio el toque fresco. El siguiente plato, choritos encurtidos en escabeche, sobre chuchoca con queso y unas hojas de papel de papa, maridado con el mismo Sauvignon Blanc de Casablanca. Acá, la propuesta nos sorprendió, pues, la salinidad de los choritos junto a la cremosidad de la chuchoca, amplían la paleta gustativa, logrando un contraste perfecto. Luego, locos con porotos en mantequilla, servidos en una gran concha, maridado con un Chardonnay 2016 de la viña Montes Alpha. En este plato, la complementariedad en los sabores, la suavidad del loco y la cremosidad de los porotos aportada por la mantequilla, junto a un Chardonnay láctico y fresco a la vez. Excelente. Seguimos con tapa barriga en espuma de cáscara de papa, maridado con un Carmenere 2016 de la viña Casa Silva, en este plato, la combinación de sabores, crean una mezcla llena de matices, mientras el vino, con esos aromas propios del Carmenere, con algo verde, con algo de eucalipto en nariz, mientras que en boca, el cuerpo y la fruta negra, dieron ese sello necesario para cerrar el plato. De postre, sorbete de chocolate con espuma de yogurt. Y para terminar, una muestra de quesos de Casablanca, maridado todo con un vino fortificado de la viña Caliptra. Después de disfrutar estas propuestas gastronómicas, no nos queda más que felicitar al chef Antonio Moreno, de destacada trayectoria.

La comida en un restaurant no es solo platos, no, es la combinación de varios factores que cuando se conjugan, debieran dar como resultado un todo equilibrado. Acá, en Puerto Claro, encontramos justamente la experiencia completa, esa ecuación de factores que hace que el comensal se sienta cómodo, ya que el entorno es acogedor, la atención es cuidada y la propuesta culinaria es coherente con su carta de vinos. En otras palabras, todo funciona como una orquesta, cada instrumento brilla por si solo y en el conjunto, logrando así, que la visita sea toda una experiencia.

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